Alicia Yánez Cossío (1929)
Alicia Yánez Cossío nació
en Quito, Ecuador, el 10 de septiembre de 1928. Estudió en el Colegio de los
Sagrados Corazones de Santo Domingo. En 1950, ganó un concurso de ensayo sobre
Isabel la Católica, por lo que recibió una beca del Instituto de Cultura
Hispánica en Madrid para realizar estudios de periodismo.
Autora de una considerable producción narrativa protagonizada por personajes
femeninos cuya fortaleza les permite afrontar con audacia y decisión la búsqueda
de su propia identidad en las convenciones sociales, religiosas y morales de la
sociedad en la que viven, está considerada como una de las voces más destacadas
de la literatura ecuatoriana contemporánea escrita por mujeres.
Sin embargo, un tesón y una voluntad
apreciables luego en todas las heroínas de sus novelas permitieron a Alicia
Yánez mantenerse firme en su empeño de llegar a ser una gran escritora.
Convencida de que, fuera de las caducas estructuras sociales de un mundo
organizado por los hombres, no existía ningún impedimento natural para que las
mujeres cultivaran la creación literaria, llegó a poner en entredicho una de
las tesis centrales de la obra de Virginia
Woolf (1882-1941), según la cual una mujer sólo puede
integrarse en la pléyade de los grandes autores de su tiempo si cuenta con
independencia económica y suficiente privacidad.
Obras
- Luciolas,
(1949)
- Hacia
el Quito de ayer, (teatro), (1951)
- De la
sanfre y el tiempo, (poesía), (1964)
- Bruna, Soroche
y los tíos, (novela), (1971)
- Poesía,
(1974)
- El beso
y otras fricciones, (relatos), (1974)
- Yo vendo unos ojos negros, (novela), (1979)
El obispo les lloró como a hijos propios que eran, hijos de su carne violenta y de su espíritu batallador. Durante ocho días repicaron las campanas de la ciudad despertando con su triste tañido a los muertos que dormían en sus tumbas. Las sacudidas del volcán aumentaron y la ceniza volvió a caer más copiosa. La ciudad quedó en manos de las fuerzas del mal, pero el desprestigio de los masones fue tal, que no pudieron aprovecharse de la acción. Las mujeres les hicieron la vida imposible, al extremo de que se les vio a muchos de ellos entrar en las iglesias y tomar parte en las procesiones de penitentes.
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